Con olor a América

Dicen que para escribir o contar sobre una ciudad que visitaste tenés que hacerlo una vez que te fuiste. Dicen. Parece ser verdad, porque desde que llegué a Suiza ocupo más mi tiempo entendiendo a mi gente y a mi país, que a Suiza y sus habitantes.

Por alguna razón estoy acá, en una Suiza donde ni sus propios habitantes pueden definir bien lo que es ser un Suizo, y que para entenderlos mejor hay que diferenciarlos dentro de la cabeza por cuanta región, cantón, o comunidad los caracterice.

Por esto, los latinos aquí, somos, diría, un condimento más del día a día. Al igual que lo son inmigrantes de otros países. Porque, sin irse muy lejos, con tan sólo subirse a un tram te encontrás en el medio de un festival de idiomas. Algo así como una sesión de la ONU ambulante.

Esa fue mi primera impresión en Zürich : los transportes. "Ahora entiendo un poco más eso de la famosa puntualidad de los suizos", me dije. Simplemente me asombraba lo sistemático que era el transporte público.

Se abrieron todas las puertas del tram en la estación, y yo, buscaba dónde tenía que abonar mi pasaje. "Se saca en las máquinas de las estaciones", me dijo un colega, y sin darme cuenta ya estaba cometiendo la falta de estar viajando sin pagar. "Pero, quién me controla si pagué, o no?", me pregunté. "Te controlan. No tienen uniforme, están de civiles. Y si te agarran sin boleto, tenés que pagar una multa equivalente a lo que pagarías por un ticket válido por un mes".

Jamás me topé con un controlador, pero el temor de tener que pasar un momento embarazoso y la idea de pagar ochenta francos por un multa, fueron más fuertes. Ahora viajo siempre con mi boleto, y estoy tan orgulloso de tenerlo que siempre que encuentro una oportunidad de mostrárselo a alguna persona, lo hago : "Ves?, esa es mi foto, y es válido por un mes . Me salió ochenta francos".