Que David Ferrer es un jugador distinto del visto hasta ahora lo reconocen todos. Lo confirman su ubicación en el ránking -quinto a partir del lunes- y los elogios de rivales como Roddick, Nadal o Federer. También de su entrenador y casi segundo padre, Javier Piles. Su confianza, hasta hoy muy limitada, se ha disparado en 2007. Sólo cuando se mide al número uno recuerda a aquel tenista sin fe, derrotado de antemano.
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