Ibrahím Ferrer fue toda su vida sonero y con casi 80 años se convirtió en bolerista, lo que siempre deseó desde joven.
Llevados a la fama y el reconocimiento internacional de la mano del estadunidense por nacimiento, pero ciudadano del mundo por elección propia, Ry Cooder hace un par de días el Buena Vista Social Club volvió a vestir el luto.
La muerte del “sonero” Ibrahím Ferrer se suma a las desapariciones físicas de Pedro Depestre (2001), Compay Segundo (julio-2003) y Rubén González (diciembre-2003) otro de los heroes del grupo de músicos cubanos que dieran la vuelta al mundo.
Había nacido el 27 de febrero de 1927 en El Cristo, un pueblo de las inmediaciones de Santiago de Cuba y desde niño debió limpiar zapatos, vender golosinas y hacer otros trabajos para sobrevivir.
El joven Ferrer, que poseía aptitudes musicales transitó por varias agrupaciones formadoras hasta que fue fichado por la Orquesta de Chepín-Choven, una de las grandes de la historia y con esta estrenó la emblemática pieza El platanal de Bartolo.
Ferrer tuvo que esperar muchos años para cumplir con su más grande aspiración: ser bolerista, pero su voz sonera le impidió mucho tiempo persuadir a los directores de orquesta, con los cuales trabajó, a dejar los coros para cantar "Dos Gardenias".
Aquella tiranía de "los maestros" y su propia "cuerda musical" las sufrió hasta pasados los 70 años, en que una tarde llegó a su casa Juan de Marcos González, creador del Buena Vista Social Club, en compañía de un antiguo músico de Los Pachucos. El resto es historia conocida.
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