En un libro que acabo de publicar “Profetas del odio, raíces culturales y líderes de Sendero Luminoso” (Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2012), concluí que Guzmán y su cúpula lograron elaborar una ideología que aspiraba a articular todos los odios existentes en el país. Se trataba de una propuesta que glorificaba la violencia como el medio que haría posible una transformación social que eliminaría la injusticia para siempre, dando lugar, entonces, a una sociedad reconciliada y pacífica. Abimael Guzmán insistió en que sus interlocutores deberían sentirse orgullosos de odiar, y de actuar ese odio en la violencia que “aniquila”, que destruye completamente al enemigo.
En el momento de escribir el libro pensé que las personas sensibles a ese llamado fueron los que padecían sed de justicia, los que estaban resentidos con un mundo que les negaba sus derechos. No obstante, sentía, aún oscuramente, que la sed de justicia no es lo mismo que el resentimiento. Y, además, que llamar resentido a la persona maltratada era una injusticia adicional. Todo esto lo sabía pero el hecho es que no fui capaz de elaborar la diferencia entre “sed de justicia” y “resentimiento”.
Desde la publicación del libro he seguido pensando el tema. Y, a propósito de exposiciones y diálogos, creo haber, finalmente, precisado la diferencia, al mismo tiempo sutil y definitiva, que separa a la sed de justicia del resentimiento. Es sutil porque ambos estados anímicos comparten características decisivas. Me refiero a la ira, y, también, a los deseos de venganza y de restitución. Pero, aunque compartan similar trasfondo, la sed de justicia y el resentimiento apuntan a dinámicas muy distintas. En pocas palabras el resentimiento es voraz e insaciable, nada puede calmarlo; en cambio, la sed de justicia tiene límites y puede ser satisfecha.
El resentimiento anula la capacidad de amar y nos enemista con la vida. Es el enquistarse en el odio y reclamar una venganza infinita. El resentido apunta entonces a convertirse de víctima en verdugo. En el fondo no anhela eliminar la injusticia sino a convertirse en su beneficiario. El resentimiento como actitud frente a la vida está en todas las criaturas humanas. A todos nos asecha. Está en los pobres y en los ricos. Entre todos aquellos que viven en la amargura, que han hecho de la desilusión su morada, que culpabilizan, con razón o sin ella, a alguien de la decepción que los consume. Quien se ha dejado ganar por la dinámica de la amargura y el resentimiento se repite: “Otros pagarán mis sufrimientos”. Y, en consecuencia, se torna una persona abusiva y arrogante, que disfruta de la humillación que con su poder, sea grande o pequeño, puede causar en sus semejantes.
Muy distinta es la dinámica de la “sed de justicia”. No anula la capacidad de amar y puede ser saciada pues busca el equilibrio, el fin del abuso y no su perpetuación. La búsqueda de justicia tiene objetivos definidos que son el castigo del abusador y una compensación por lo perdido. Claro que aquí viene, otra vez, lo sutil de la diferencia pues quien no puede saciar su sed de justicia puede dejarse dominar por el resentimiento. Por ello mismo la sociedad debe esforzarse en ser justa pues de otra manera la violencia no podrá ser contenida.
Pero la verdad es que nada garantiza que los agravios sufridos encuentren una justicia cierta. Aún el arrepentimiento y el castigo del perpetrador pueden pacificar pero no significan el regreso a la inocencia previa a la injuria sufrida. Será por ello que Jesús dijo ““Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados” (Mateo, 4, 6). Se trata de un llamado a la paciencia y la esperanza, a no convertir a la decepción en crimen. Y también insistió Jesús en favor del perdón como la única forma de reconciliarse con la vida, de salir de la madriguera de la amargura. Hannah Arendt dice del perdón que es “una de las más grandes capacidades humanas y quizá la más audaz de las acciones en la medida en que intenta lo aparentemente imposible, deshacer lo que ha sido hecho, y logra dar un nuevo comienzo allí donde todo parecía haber concluido”.
Guzmán apeló, aparentemente, a la “sed de justicia”. Y muchos jóvenes desorientados que querían cambiar la sociedad acudieron a este llamado. Pero muy pronto se hizo evidente el primado del resentimiento. Entonces aún aquellos que empezaron buscando justicia se transformaron en vengadores insaciables, en los nuevos tiranos.
Hoy que el odio prolifera en nuestra sociedad hay que recordar, nuevamente, que el resentimiento es un camino sin salida.
Por Gonzalo Portocarrero
Eduardo Dargent entrevista a Gonzalo Portocarrero
Fuente: youtube.com
Gonzalo Portocarrero es un sociólogo, científico social y ensayista peruano; magíster en Sociología por la Facultad Latino Americana de Ciencias Sociales (FLACSO) y doctor en la misma especialidad por la Universidad de Essex (Inglaterra). Se desempeña como profesor principal del Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha sido profesor visitante en universidades de Estados Unidos, Japón, Alemania, México, Venezuela y Reino Unido. Publicaciones recientes:
2012 - Profetas del Odio: Raíces culturales y liderazgo de Sendero Luminoso
2005 - Los empresarios peruanos: Una aproximación a su estudio
2004 - Rostros criollos del mal
2003 - Batallas por la memoria
2002 - Las relaciones de estado-sociedad en el Perú: Un examen bibliográfico
2001 - Estudios culturales: Discursos, poderes, pulsiones
2001 - Las nuevas poéticas del sujeto en la sociedad peruana actual
2000 - La recepción del discurso de género en la juventud peruana
1999 - Cultura y globalización
1999 - La ambigüedad moral del humor y la reproducción del racismo
1998 - Razones de Sangre: Aproximaciones a la Violencia Política
1998 - Las Clases Medias: Entre la Pretensión y la Incertidumbre
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gonzaloportocarrero.blogsome.com