La cosa no podía haber empezado mejor. Ésta era la escena: un domingo de finales de diciembre en la playa de Manhattan, en Los Ángeles. El sol de la tarde reconforta con su calor a los surfistas; las terrazas de las cafeterías y restaurantes están a rebosar de gente; un Jaguar de color negro avanza lentamente por el patio del hotel Shade; la conductora baja del automóvil y entrega las llaves al aparcacoches.
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