"Señor, su ticket por favor", me dijo el controlador del tram en la estación Löwenplatz al interrumpir mi pobre intento de evasión de multa. Así culminó mi peor día en Zürich.
Comenzó un lunes a las siete de la mañana cuando, sorpresivamente, me enteré que había sido despedido -por primera vez en mi vida- del trabajo que había conseguido hacía tan sólo una semana. Cómo me enteré ? Por mail, veinte minutos antes de fichar en la entrada del trabajo, y gracias a una señal gratuita de WI-FI que pude alcanzar con mi Ipod. En el mail, la consultora alegaba que « el cliente no estaba satisfecho con mi trabajo ». La misma consultora que hacía una semana me había contratado, me clavaba el puñal en la espalda. Ni mi jefe estaba enterado de mi despido.
Ante todo, el trabajo se desarrollaba (y aún actualmente, aunque sin mí) en la torre más alta que se está edificando en Zürich –mirar al cielo para enterarse-. Sí, cumpliendo función como ayudante de obrero : la labor de más bajo nivel dentro de las jerarquías del mundo de las obras de construcción. Con casco amarillo y todo. Es tan básica la tarea que hasta un mono entrenado puede hacerlo. Pero, aparentemente yo fui menos que eso.
Casualmente, el día anterior había comenzado a trabajar un nuevo empleado : vamos a llamarlo "Rolf". Rolf, me contó en una pausa toda su historia : había llegado a Zürich hacía veinte días ; estaba alojado en un hotel porque no conseguía un cuarto propio ; se vino de Alemania porque allí los sueldos son muy malos ; estaba trabajando para que su hijo pueda ir a la universidad , y algunas otras cosas, que si las juntaba, podía hacer una genial película de historia de vida. Pero no ando bien en el tema del cine.
Siguiendo la conversación, me comentó que había conseguido el trabajo porque era amigo del padre del empleador. "Pero qué suerte!", le dije con entusiasmo, sin aún saber que al otro día me iba a enterar que él se trataba de mi reemplazo.
La mejor palabra para calificar toda esta historia es "limpieza". Sí, me limpiaron cuál dulce de membrillo en el suelo.
Con la cabeza pensando en cómo iba a manejar semejante falta de ética, me tomé el Tram en Hauptbahnhof, y cuando llegué a Löwenplatz, me topé con aproximadamente treinta controladores de la Züri Linie.
Mi escape fue fraudulento. No podía creer que después de haber comprado religiosamente mi ticket desde mi llegada y sin nunca toparme con un control, ese día, el primer día que viajaba sin mi boleto con la vigencia correspondiente, terminé pagando una multa de ochenta francos.
A todo esto, mi mujer puso la cereza del postre con el comentario "qué desprolijo que sos". Calladito y cabizbajo, volví a casa con déficit: sin trabajo, ochenta francos menos, arrastrando el autoestima por el suelo, y la mejor parte: con mi esposa y sus comentarios.