Y la Lagoa entregó medallas



En esta suerte de abran sus apuestas cotidiano, elegimos por la mañana al Estadio de remo, ubicado en la laguna Rodrigo de Freitas o, simplemente la Lagoa, para todos aquellos que alguna vez recorrieron las calles de Copacabana, Ipanema, Gávea, el jardín Botánico o Leblón.

Y es que muchos de ustedes saben, en el centro de Río de Janeiro, a apenas seis cuadras de la playa de Ipanema, se ubica esta laguna que a su vez sirve como una avenida de circunvalación, ya que distribuye el tránsito hacia los diferentes barrios o túneles que atraviesan los morros para salir hacia Larangeiras o Barra de Tijuca.

La Lagoa, como cada uno de los lugares de Río de Janeiro, tiene una historia. O una leyenda urbana que merece ser narrada. En este caso en particular, está vinculada al amor. Resulta que lo primero que se sabe de la laguna es que era habitada por los indios tamaios, exterminados allá por 1600 por los colonizadores portugueses. Así fue como Amorim Soares se quedó con el territorio y le puso su nombre al lago, en 1609.

Pero Amorim tuvo problemas financieros y le vendió el territorio a Santiago Fagundes Varela, por lo que el lago se empezó a llamar Lagoa Fagundes, en 1620. En 1702 la bisnieta de Santiago, de 35 años, se enamoró del oficial portugués Rodrigo de Freitas de Carvalho, de apenas 19 añitos. Se casó y como homenaje cambió el nombre de la Lagoa por el actual. Rodrigo regresó a Portugal 15 años después, con 34, cuando su esposa tenía 50 (¿habrá huido?). Murió en 1748.

Como se ve, el amor de una carioca por su marido pudo más que el recuerdo a su bisabuelo. Seguramente nunca se imaginó que ese nombre perduraría 305 años después.

Volviendo al tema de las apuestas, casi podríamos decir que hicimos un pleno fantástico con el remo, ya que la cosecha de medallas fue fantástica para los latinos.


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